Los animales decidieron que tenían que hacer algo para
salvar la selva, y se pusieron de acuerdo en un plan. El plan consistía en
enviar al coati como mensajero al pueblo del hombre, para que les hablara de la
importancia de la selva y les pidiera que dejaran de destruirla. El coati era
el más indicado para esta misión, porque conocía el idioma y la cultura del
hombre, y podía pasar desapercibido entre ellos.
El coati se preparó para el viaje, y se despidió de sus
amigos. Les dijo que no se preocuparan, que él haría todo lo posible por
convencer al hombre de que cambiara su actitud. Los animales le desearon buena
suerte, y le pidieron que volviera pronto.
El coati se dirigió al pueblo del hombre, caminando con
cuidado y esquivando los obstáculos. Por el camino, vio las huellas del hombre:
árboles talados, basura, fuego, ruido. El coati sintió tristeza y rabia al ver
cómo el hombre maltrataba la selva, y se preguntó si tendría algún sentido
hablar con él.
Al llegar al pueblo, el coati se escondió entre los
arbustos, y observó a los humanos. Vio que había muchos tipos de hombres: unos
eran altos, otros bajos, unos gordos, otros flacos, unos blancos, otros
morenos. Vio que algunos hombres trabajaban, otros jugaban, otros descansaban,
otros peleaban. Vio que algunos hombres eran buenos, otros malos, unos
generosos, otros egoístas, unos felices, otros tristes. Vio que el hombre era
un ser complejo y contradictorio, que a veces hacía el bien, y otras el mal.
El coati buscó al hombre más adecuado para entregarle su
mensaje. Quería encontrar a un hombre que fuera sabio, bondadoso y respetuoso
con la naturaleza. Después de mucho buscar, encontró a un hombre que le pareció
el más apropiado. Era un hombre mayor, de barba blanca y mirada serena, que
vivía en una pequeña cabaña al borde del pueblo. El hombre se dedicaba a cuidar
de un huerto, donde cultivaba frutas y verduras orgánicas. El hombre también
tenía un perro, que lo acompañaba y le hacía compañía.
El coati se acercó sigilosamente a la cabaña del hombre, y
esperó a que saliera. Cuando el hombre salió a regar su huerto, el coati
aprovechó para entrar en la cabaña, y se escondió debajo de la cama. El coati
esperó a que el hombre volviera, y cuando lo hizo, le habló con voz suave y
amigable.
- Coati: Hola, señor. No se asuste, por favor. Soy un coati,
un animal de la selva. He venido a hablar con usted, porque tengo un mensaje
muy importante que darle.
- Hombre: ¿Qué? ¿Un coati que habla? ¿Estoy soñando, o estoy
loco?
- Coati: No, señor, no está soñando ni está loco. Soy un
coati real, y puedo hablar gracias a un don especial que me dio la selva. La
selva me envió a usted, porque usted es el único hombre que puede entenderla y
ayudarla.
- Hombre: ¿La selva me envió a mí? ¿Qué quiere decir? ¿Qué
quiere la selva de mí?
- Coati: La selva quiere que usted le salve la vida, señor.
La selva está en peligro, porque el hombre la está destruyendo. El hombre está
talando los árboles, cazando a los animales, contaminando el agua y el aire, y
rompiendo el equilibrio de la naturaleza. La selva le pide que usted le diga al
hombre que deje de hacer eso, que respete la selva, que la cuide y la proteja.
La selva le dice que ella es su amiga, y no su enemiga. Que ella le da oxígeno,
agua, medicinas, y muchos beneficios más. Que si ella muere, el hombre también
morirá.
El hombre escuchó con atención al coati, y se quedó
sorprendido y conmovido por sus palabras. El hombre sabía que el coati decía la
verdad, porque él amaba la selva, y la conocía bien. El hombre había vivido en
la selva cuando era joven, y había aprendido mucho de ella. El hombre había
visto cómo la selva se había deteriorado con el paso del tiempo, y cómo el
hombre había sido el responsable de ese daño. El hombre se sentía culpable y
triste por lo que el hombre había hecho a la selva, y quería hacer algo para
remediarlo.
- Hombre: Coati, te agradezco que hayas venido a hablarme.
Has sido muy valiente y muy noble. Has hecho bien en traerme este mensaje,
porque yo soy el único hombre que puede escucharte y creerte. Yo quiero ayudar
a la selva, porque la selva es mi casa, y los animales son mis hermanos. Pero
no sé si podré hacer algo, porque el hombre es muy poderoso y muy terco. El
hombre no quiere cambiar, ni escuchar, ni aprender. El hombre solo quiere
dominar, y explotar, y destruir. ¿Cómo puedo yo, un solo hombre, enfrentarme a
todos los demás hombres?
- Coati: Señor, no se desanime, por favor. Usted no está
solo, tiene aliados. Tiene a la selva, que le apoya y le da fuerza. Tiene a los
animales, que le respetan y le agradecen. Tiene a su perro, que le quiere y le
acompaña. Y tiene a otros hombres, que piensan como usted, y que también
quieren salvar la selva. Usted puede encontrarlos, y unirse a ellos, y formar
una voz que se haga oír. Usted puede hablar con el hombre, y enseñarle lo que
sabe, y mostrarle lo que ve. Usted puede hacer que el hombre tome conciencia, y
que se dé cuenta de que la selva es su amiga, y no su enemiga. Usted puede
hacer que el hombre cambie, y que respete la selva, y que la cuide y la
proteja. Usted puede hacer que la selva viva, y que el hombre también viva.
El hombre miró al coati, y sintió una chispa de esperanza en
su corazón. El coati le había dado ánimo y confianza, y le había hecho ver que
había una posibilidad de salvar la selva. El hombre decidió que iba a
intentarlo, que iba a seguir el consejo del coati, y que iba a hacer todo lo
que estuviera en su mano para ayudar a la selva.
- Hombre: Coati, tienes razón. No puedo rendirme, ni
quedarme de brazos cruzados. Tengo que actuar, y hacer lo que pueda por la
selva. Voy a buscar a otros hombres que me apoyen, y voy a hablar con el hombre
que me escuche. Voy a enseñarle al hombre lo que la selva significa, y lo que
la selva necesita. Voy a hacer que el hombre sepa que la selva es su amiga, y
no su enemiga. Voy a hacer que el hombre sepa que si la selva muere, el hombre
también morirá. Y voy a hacer que el hombre sepa que si la selva vive, el
hombre también vivirá.
- Coati: Señor, me alegra mucho oír eso. Le deseo mucha
suerte, y le doy las gracias. Usted es un hombre bueno, y un amigo de la selva.
La selva le estará eternamente agradecida, y yo también. Ahora debo volver con
mis amigos, y contarles lo que ha pasado. Espero volver a verle pronto, y saber
que la selva está mejor.
- Hombre: Coati, yo también te doy las gracias, y te deseo
lo mejor. Vuelve con tus amigos, y diles que no se preocupen, que la selva
tiene un defensor. Espero volver a verte pronto, y saber que la selva está
feliz.
El coati y el hombre se dieron un abrazo, y se despidieron
con una sonrisa. El coati salió de la cabaña, y se dirigió a la selva. El
hombre cogió a su perro, y se dirigió al pueblo. Ambos tenían una misión que
cumplir, y una esperanza que compartir. Ambos sabían que la selva era su amiga,
y no su enemiga.
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